Perder los hilos
No era simplemente una vista hermosa aquella de la lejanía de los bosques oscuros en fantasías de lo desconocido, recayendo sobre el prado de un cielo en ocaso en el cual flotaban como sueños perdidos las hojas de antiguos otoños. No era solo una imagen del corazón inocente que ante los silbidos del viento silente, entre los pasares de la imaginación que escucha el tartamudear de los ancianos perdidos en los sonetos, en los vinos, se convierte en desliz de un cuerpo inmaterial, como ambivalente figura de la ausencia, de emociones fugitivas, que se arrancan entre la controversial consecuencia de unos latidos límpidos, tras otro más apagado, más escaso, más sumiso. Eso no es amor en la misma medida que el dar vueltas en círculos no es trascendencia, pues carece de muerte solo aquello que desconoce el pesar de los latidos. El flujo natural de las narrativas se acopla en la espera de ese momento donde del cuerpo nace el musgo y entre los cardos la lombriz alimenta la tierra del álamo que l