Nacimiento (Capítulo 2)

Capítulo 2:

Despierta el sol a media tarde dibujando una luna menguante sobre el camino rocoso de escaleras inclinadas. Me encuentro esparciendo sombras sobre los muros de adobe, con la mirada extraviada en las múltiples formas y colores de los edificios que levantan laberintos, la estructura indescifrable de esta ciudad portuaria.

Con el pulso detenido tomo tu mano y te llevo a dar pasos ingrávidos por los escalones zigzagueantes, solo para sentir el espectáculo del extravío dentro de nuestros pechos y descubrir sin estar buscando. El destino no lo sé, quizás sea el sonido de las olas dibujando en la brisa el movimiento de tus cabellos negros, y tu sonrisa y también tu mirada sosteniendo una palabra o un sueño, no lo sé... quizás sea solo un andar oscilante detrás de una figura monosílaba que todos necesitamos sentir (Fe...).

Nos encaminamos entre los callejones donde resuenan los aullidos de perros sin cuerpo, como reminiscencias de una ciudad vieja y atemporal, de latón oxidado y flores entre las grietas del cemento. Nos dejamos guiar por los paisajes que crean nuestras almas, en la necesidad absoluta de desprendernos de la necesidad de significados, contemplamos la belleza de un muro que se cae a pedazos sobre un pasillo angosto, de la luz que muestra tras el visillo de la ventana unas manos pálidas y ancianas sirviendo una taza de té con una tetera quemada. Poco a poco se dejan ver, entre las ramas de los árboles que se escapan por las rejas de las casas y las macetas con pequeñas flores, los gatos adormilados en las cornisas de las ventanas y uno que otro anciano en su silla de mimbre, leyendo los colores del cielo que se hunde en el horizonte.

Bajamos por la calle, por cualquiera de ellas, y en todas vivimos la presencia a destiempo de unas miradas atentas detrás de las sabanas al sol, en tanto que resuenan en los muros las voces y los gritos de siluetas infantiles que corren uno detrás del otro por los escondrijos, sin la necesidad de alcanzarse del todo. Ya son las seis de la tarde y nuestros pasos se hacen más largos y pausados, en todas las esquinas comienzan a estirarse y desvanecerse las siluetas y sus sombras, con ello las voces y sus presencias se vuelven humo.


Es un sueño la vida, lo presiento en mi carne que se hace tierra junto con los gusanos, el pasto, las mariposas que se desprenden de las cuencas de mis ojos, y de mi boca verde y morada donde brotan insectos piadosos, y se elevan a la luna multicolor en un cielo carmesí. Ahí estamos tu y yo, descansando en el pasto de la antigua cárcel, mientras los niños corren y el viento sopla entre los árboles.


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