La expresión carnal de la imaginación

Mucho se podría plantear a través del solo acto de imaginar esto o aquello. Lo cierto es imposible en tanto creemos tener una idea concreta de lo que es la realidad. Descalifica por completo el solo hecho de enunciar pues teologalmente esto es así y será. Hablamos de un absoluto ateismo cuando queremos descifrar la dimensión existencial misma de nuestra imaginación. El crimen será en este y todos los casos el enunciarlo, hacerlo palabra.

Tan solo quedamos en la especulación respecto a esta u otras manías de nuestra vivencia. Somos y estamos en la misma medida en que imaginamos el ser y estar. En el páramo blanco que se extiende absoluto, lo que llamamos conciencia se eclipsa con la figura errática de nuestra presencia. Cada cual se hace uno y todo en tanto observa en el faro luminoso su propia existencia. Lo percibimos como real y en ello se explicita la muerte, tal como un abandono de la concreción del yo.

Necesitamos hacernos, pues en cada paso calculamos el tramo hacia el abismo en el que caeremos y al cual empujamos con temor la poca claridad que nos queda a cuestas. Tapamos con cuerpos desconocidos aquella sombra aberrante e infinita que se yergue poderosa e irrefutable ante la imagen impávida de lo que determinamos como identidad. Entre los pies, circundante o estirada la muerte inmutable. No queremos caer.

Con todo y ante todo se plantea la visión mítica del dualismo originario, como conflicto sicológico de nuestra búsqueda por no desaparecer. Se va agotando la esperanza de la esperanza y presenciamos esta falta de destello pues nos es posible constatarnos en un terreno incierto de luminosidad. Somos y no somos, estamos y lo velamos: vemos, ocultamos.

En esta incertidumbre nos hacemos capaces de concebir, no sin violencia ni culpa. Estamos ante un abismo desconcertante, inconcluso, moviéndonos a ciegas para sobrevivir. Clasificando el sentir y la experiencia de nuestra misma ansiedad, lo único que es posible escuchar del balbuceo irremediable de nuestra imaginación es el griterío histérico de la vida haciéndose real, como negación, como condición.

"Condenado está aquel páramo desierto de absoluta compasión, pues en su extensa barbarie de inexistencia fijamos la mirada hacia adentro y no vemos más que nuestra locura desenvolviéndose. Estamos por ende recogiendo un dicho sabio y encontramos en ello muestro propio desenfreno. Desbaratamos la conciencia humana y nos ponemos ante un cuerpo imaginario de absoluta calamidad. El cristo fue esta como tantas otras venidas y por venir. Pero no nos hacemos al constatarlo, pues desvelaríamos su existencia en la miseria de la nuestra, siempre titubeante y estéril en el rabillo de nuestro ojo, en el mutismo de nuestra fe ciega."

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