El Reflejo en la Ventana




Ante aquel sin fin de momentos desgajados que se acumulan en la planta de los pies, poniendo el paso más lento, más pesado, soltamos una borrasca de latidos por la necesidad de volver a despertar. Mira adormilado cada rincón de la pieza, el reflejo en la ventana, la sombra sobre la cama, y se deja invadir por todo el silencio, por la opacidad del recuerdo y la falta de aroma.

Piensa en ella, en ellos, en la familia y en el tiempo vacío que queda por recorrer antes de intentar volver a soñar con un nuevo escenario, una nueva nostalgia o una nueva sonrisa. La esperanza pasa forzosamente por sus labios, al reiterarse en cada paso el sentido que tiene estar en el aquí y en el ahora, aunque a veces no sepa actuar y solo avance de forma inconsciente hacia el punto remoto donde clavó el mañana, en un paisaje que no es de ensueño sino que de un realismo incierto, informe, inconcluso.

Afuera han pasado tres temporadas en el vaivén de una luna caprichosa, que dibuja una elipse distinta para cada mirada y en cada cielo, con ello le viene a la memoria aquella última canción con la que valía la pena despedirse y dejar ir en calma. Su expresión lo dice todo, le basta con ver una mirada y una sonrisa para comprender lo que pasa en su alma. Hay que iluminar y llenar de colores esos rincones que parecen vacíos en la habitación, evitar la costumbre del sueño cuadrado, del paisaje mimético y estándar de las expectativas de otros y de uno sobre sí mismo. Tal cuadro se pinta de forma oblicua, de tal manera que se quede sin márgenes y se entregue en lo absoluto a la ocurrencia y la imaginación de una vida que se vive.

Sabe que su mirada es otra, que el reflejo surge desde el sentimiento de empatía y que aquello que describe lo siente con otros, con tantos otros que en su vida han optado por seguir y guardar silencio.

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