Génesis

Nazco de la espuma que brota de la tierra, como un cálido sentimiento que habita sus horizontes. Deambulo sin rumbo a donde me lleven mis pasiones y en ellas percibo la eternidad de su presencia solitaria. Hago de un charco de sus lágrimas la espesura de mi carne, me contorsiono en el movimiento oscilante de su sombra hasta que siento el latido dentro de mi pecho. Estoy aquí por ti oh Dios, que de tu sal ha brotado la vida y en mi mente anhelo tus anhelos. Emana de mi boca el deseo por sentir de tus labios la dulzura infinita de tu creación, quiero hundirme en esa voz cuando mis oídos se posen sobre tu pecho y en el sonido de tus latidos arrancarme de mí ser el alma. Hacernos uno y de ese modo abandonar la soledad. Me siento solo, postrado en mi propia fantasía, solo ante el mar agitado en mis parpados y agotado de esta soledad que me cala con el frio de tu presencia monolítica. Me entrego al destino y suplico por tu voz, dame vida o dame muerte.

Dejo caer mi cabeza al fuego, entre sus negras manos me dejo desvanecer, inhalo sus siete espíritus que recorren y queman mi pecho, toman todo de mí y se fugan desde mi boca, emanando como sombras que tiñen los muros de siluetas danzantes… y entonces, en mi último instante de consciencia, en el silencio de mi garganta surge lo imposible… Te veo y en ti me veo, por ti el cielo y el mar infinitos, en tus sueños mi obra, toda luz es mi luz y de todo lo que toque, tú te has de servir. Hoy, arranco de tus ojos el velo y te entrego la espada, con la cual dibujar manantiales que me honren. Beberás de mi sangre y comerás de mi carne hasta el día de mi regreso… ese será el último de tus días, cuando desborden las lágrimas ante el juicio final.

Despierto desnudo y hambriento al fondo de mi grieta en la tierra, levanto los brazos y agito la sangre que brota del filo de mis manos. Consumo la carne de mis hijos, a ellos les quito los sueños, me apodero de su futuro y vivo para siempre como la imagen sombría que proyectan los templos que por ti construyo sobre la tierra. Tú eres el sol invicto y yo soy tu hijo enviado a hacer tu voluntad, el camino a la salvación pasa por el filo de mi espada y solo los dignos conocerán la dicha de la vida eterna. El imperio es tuyo, Padre, he hecho tu voluntad. La tierra y sus almas te pertenecen, trae la pureza y limpia la carne impía. Todo lo que toco te honra. Todo lo que toco se vuelve tu esencia. Todo lo que toco te venera y te teme. Todo lo que toco se desvanece y expira, se vuelve sepulcro o se eleva en cenizas. Vivo en cansancio constante ante el umbral inevitable de tu profecía y la paranoia por agotarme en el consumo de mí mismo. Todo lo vivido es una experiencia de duelos, apenas sientes la brisa de este mundo y se solapan muertes constantes, sientes miedo de dejar de ser y apilas espejismos de autocomplacencia para evitarlo. Y aquí estoy, asfixiándome ante un atisbo insignificante de luz que atraviesa los monumentos del caos que hábito como maldición, reproduciendo el sentimiento de abandono, miedo, pena y culpa que se apoderan de todo lo que hago. No se detiene, el dolor en mi pecho no se detiene, ese andar del tiempo que recorre mis venas y empuja mi voluntad a habitar en espacios estrechos, a sofocarme en la búsqueda incesante del consuelo que no llega y que no basta jamás. Tengo hambre, tengo hambre, un vacío insaciable es mi estómago y todo lo devoro, lo consumo, lo poseo y vacío de vida. ¡Mírame! ¡Escúchame! ¡Quisiera quitar de mi cuerpo el veneno maldito de tu aliento! He hecho tu obra y me he convertido en un miserable. Navego a ciegas entre la espesura de un mar agotado hecho sangre espesa y a punto de extinguirse, que arroja sobre las playas a infantes entre bolsas plásticas. Recorro los bosques de llamas eternas, portando la antorcha entre nubes negras y vientos rojos, subo la montaña que vivió el origen y hoy yace convertida en polvo. Asesiné la fantasía y la hice recurso, aplicamos el cálculo y ejecutamos el diseño al punto de optimizar la miseria. Te busco entre los hogares, laberintos en espiral de muros destrozados, donde cuerpos danzantes abandonaron las esperanzas de encontrar un mañana. Errando el paso a solas por paisajes desolados veo los juegos invisibles de niños hechos sombras, escombros de ciudades vueltos tumbas, cuerpos apilados en botes de basura. Te busco y subo al monte, camino hacia el templo en su cima, entro y en su altar estoy ante ti. Hoy es el día.

Miro tu figura elevando la mirada al cielo, majestuoso en tu eterno poder y piedad, de piedra eres, de piedra te hice, de piedra soy. Es esta mi obra, esta es la fantasía en la cual habito. Ya nada puedo observar sin llenarme de estupor, nada se detiene sin antes morir y estamos sometidos a padecer, a desear y a engullir, sin que por ello se sacie el hambre. Para los tiempos de la vida ya es tarde y la esperanza un consuelo insignificante. Caen los pájaros del cielo y en mis manos se derraman y desvanecen sus vidas, bebo de su cuerpo la sangre y dejo caer mi cabeza sobre el gris polvo bajo mis pies. Yace, entre las fisuras del gris pavimento, una flor desbordada de inocencia, arrebatada de vida la tomo entre mis manos y desconsolado lloro y lloro, escurro y escurro el mar de angustia que me corroe por dentro, me desangro y me deshago de mí como último acto de mi voluntad.

De mis manos sin pulso, cae sobre el charco. La flor marchita comienza a hundirse en su mismo reflejo hasta desaparecer por completo y nace, del mismo lugar de su muerte, el lúgubre reflejo de mi rostro desfigurado, senil y enfermo. Me miro y lo recuerdo, de mis labios replico las palabras “Te veo y en ti me veo…”. Ensimismado en mi dolor me quiebro y desesperado me envuelvo entre las palmas de mis manos, para no verme más y convertirme en silencio perpetuo. Que muera toda la vida y termine con ello el sufrimiento, que todo sea polvo y ceniza y de ella nada emerja, es ese el legado, es ese el origen y entre esta inexistencia de palabras y sentidos, somos solo el dolor en el vientre materno, un sueño perpetuo de la esperanza en el cual sobre la carne germina otra voz en la cual no somos, no existimos ni somos culpables de ello. 



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