Nacimiento (Capítulo 1)
Capítulo 1:
Fuera de todo pronóstico, llueve esta
noche. Me siento a la orilla de la cama ya que me está siendo imposible
conciliar el sueño, una noche más de divagaciones atemporales
entre los callejones oscuros de la antigua ciudad portuaria. La ventana
entreabierta deja entrar ese olor húmedo
del pavimento tibio, la escasa luz del alumbrado público y el instrumental
sonido urbano como un jazz melancólico y a destiempo.
La habitación del motel solo iluminada por la
tenue luz de la lámpara sobre el velador. A su lado queda media taza del café de
la tarde. El viento empuja las cortinas y detrás de ellas puedo observar las
casas aglomeradas entre los cerros negros, algunas luces encendidas, algunas
chimeneas humeando. Tomo la taza, me levanto y me apoyo en el marco de la
ventana. Allí doy sorbos pausados al café frío, en tanto me abandono a la
contemplación de cualquier paisaje nocturno. Doy pasos sin rumbo entre los
muros de un laberinto.
Baja el agua por las canaletas de las casas y
edificios, encaminándose
cerro abajo por las calles; avanzan ilusiones fantasmales entre los parpadeos
de los antiguos postes de luz, la oscuridad insondable de unas siluetas que
arrastran sombras estiradas y oblicuas por el pavimento, perdiéndose entre los
callejones, las escaleras y los escondrijos de los perros.
El viento empuja la lluvia sobre mi rostro como
una caricia compasiva y de ensueño. Me dejo llevar por la sensación de calma y
de pronto pierdo la noción de realidad, solo soy el suspiro que suelto, el vaho
que se desvanece, el pulso parsimonioso en un pecho que ya no me
pertenece.
La lluvia cesa paulatinamente y una niebla espesa
comienza a tomarse las calles, junto con ella el frío, la nostalgia, la
necesidad de un refugio cálido. Miro las elipses en el fondo de la taza del
café vacía, suelto un pequeño bostezo y cierro la ventana. Voy de vuelta hacia
la cama y vuelvo a sentarme en la orilla. Percibo en ese instante un pequeño
movimiento de su cuerpo entre las sábanas blancas.
Las noches son de sentimientos lentos, dejando la
sensación de que los encuentros pueden ser para siempre. Su cuerpo desnudo, silente
y calmo enredado entre las sabanas. Miro las líneas de su espalda descubierta,
me detengo a contemplar por un segundo las sombras y el contraste de las
escasas luces sobre su piel morena. Me pierdo en los remolinos de su cabello
oscuro como la noche, que caen y se enredan entre las curvas de su cintura, de
sus caderas. Escucho su respiración lenta, huelo su perfume entre el sudor
de la cama. La flaca duerme y no quiero despertarla.
En un último movimiento dejo caer mi cabeza sobre
la almohada, cierro mis ojos y doy un suspiro pausado. En esta lluviosa noche
de verano, te dejas caer como la seda sobre mi cuerpo frío, envolviéndome con
la levedad que tienen las ensoñaciones, entrecruzando nuestros cuerpos,
nuestras manos, nuestros sueños. Creí escuchar tu voz antes de dormirme por
completo.
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