Nacimiento (capitulo final)
"Los caminos andamos desarrapados de alma y nombre, presintiendo y evitando el pasar del tiempo al tomarnos de las manos y entrelazar los dedos en una caída inevitable que llamamos vivir. Me veo hoy en los ojos cortados que destilan la gota negra y agita la marea en el fondo del alma. Me digo a mi mismo que no somos lo que visualizamos en el espejo cada mañana, ni los achaques de los medios o los números en una planilla. Nos fuerzan a vivir la vida como un vasto gris lineal de rocas homogéneas que se apilan en el fondo de la mirada. Noche tras noche tomamos un guijarro y lo amontonamos sobre nuestra carne, y así, poco a poco, nos volvemos la piedra y el polvo esparciéndose bajo unos pies.”
Me pregunto ante el espejo
ensangrentado, quién soy… a quién abandono…
Me pregunto ante los agujeros en mi
pecho, hacia dónde voy… cuál es el origen…
Me pregunto ante el precipicio, a
quién pertenezco... de qué me libero…
Me respondo a mí mismo que la vida no
es una linealidad de eventos consecutivos, sino la apreciación parcelada,
azarosa y aislada de fragmentos de la perpetuidad. La divinidad habita en lo
cotidiano. Cuando sopla el viento entre arboles oscuros en la madrugada y ese chasquido
te explota en la nuca de golpe, ahí está el infinito; cuando se abre un camino
dentro de una mirada azul, dispuesta a mostrarte su alma por ese segundo de
amor correspondido y abandonarte para siempre, ahí habita dios; cuando se
detiene el destello en los ojos y entre el silencio de miles de rostros
infantiles se crea la libertad con unas palabras de comprensión mutua, allí nos
volvemos uno, allí aprendemos que somos uno y nos unimos para toda la vida
aunque nos dejemos de ver para siempre. Así es el destino y yo deambulo por
esos paisajes, entre las hojas de otoño, las casas que se caen a pedazos, las
manos sucias por el polvo del tiempo y el trabajo, los reflejos umbríos y los
parajes de la muerte. Habito en estas noches frente a una ciudad oscura, desde
una ventana cualquiera, y he narrado un solo momento, una sola contemplación a
la vida. Te narro y me narro, sobre fantasmas y mundos internos, abismos de
palabras blancas de jamás acabar e historias que son una, así como uno soy yo. Esta
ciudad crepuscular donde habitan mis sentimientos hechos muros, es una
perspectiva de la infancia, del amor, la soledad y la vejez. Aquí es donde
habita mi alma, en estos muros, en estas miradas errantes y perpetuas al abismo
que nos circunda.
Soy profesor porque fui estudiante
silenciado, humillado y sin esperanza, porque el aula se convirtió en aquel
espacio de reivindicación sobre las libertades y creatividad humana. Un espacio
para la compasión y la apertura espiritual a otras sensibilidades. Pero, rondamos
entre espejismos de un laberinto, tratando de comprender el significado de
nuestra propia condición. Nos hacemos a nosotros mismos entre miradas de reojo
y nos abrimos con cada una a nuevas realidades por tocar. Nos encontramos
entonces en salones atiborrados, donde se suman los parpadeos y calculan los
ensueños; a ratos una resta de historias y poesías, o un resumen de cuerpos que
en silencio se dan contra el muro perfectamente numerado, en su propio espacio
cuantificado, medible y predecible. De ese modo, cuando menos nos damos cuenta,
dejamos de andar y allí, donde permanecemos, construimos muros de espejos en
profundidades umbrías. No lo sabíamos hasta ese momento, que entorno a nuestro
paso ingenuo levantamos nuestro propio cementerio, una muerte a la vez: aquí
yacen los juegos, las caídas, los paisajes, los olores y los cuerpos de los
niños que solíamos ser. No lo sabíamos entonces, que un día estamos imaginando
las dimensiones infinitas de los colores del cielo y al otro no comprendemos
porqué necesitas llorar de pronto en la fila del supermercado.
Con mis estudiantes aprendí que no
somos ni hemos sido jamás un número. La historia de nuestras vidas es la
historia de todas las vidas pasadas, cumulo de sueños y horizontes intangibles, palabras y gestos que expresan penas, amores y el hambre que cala hondo en la memoria. Nos narramos a nosotros
mismos el significado de nuestro cuerpo desnudo y sentimos piedad... ¿qué
significa aquella mirada inmutable que descansa en la esperanza lechosa de
volver nuevamente a la madre? ¿Qué significa el dejar de sentir el tacto cálido
de unos brazos amados? ¿Qué historias narra la piel deshojada al viento, a las
flores y a las rocas? ¿Qué somos cuando nuestros ojos sonámbulos destilan
compasión ante las ausencias? Apenas un esbozo de significados
contradictorios, emociones atemporales y cíclicas que tropiezan, se levantan y
vuelven a nacer entre el polvo, junto a las flores y los charcos. Somos
apenas una idea entre la belleza inconmensurable de la vida, una contemplación
forzada hacia la naturaleza muda e imaginada; una idea creada y
significada del ser dual, del equilibrio y la armonía primigenia quebrada por
el llanto desarrapado del alma que desea una madre, un abrazo cálido, una
mirada compasiva y de tal modo sentir que pertenece y es amado.
Me pregunto a mí mismo cuánto daño
hemos hecho… de cuánta belleza nos hemos privado
Solo por cumplir la métrica insignificante…
Solo por dejar que los números se
acumulen…
Junto a nuestros huesos y carne
marchita, mil postales impresas con la palabra “felicitaciones”…
No nací para eso… no nacimos para
eso.
Nací para contemplar la vida irse y
apreciar la hermosura del destierro, vagar por mares infinitos de sueños y
personas de polvo, narrar miles de odiseas en encuentros con la misericordia. Siento
irremediablemente que el devenir de la existencia humana es como el ritmo
oscilante de las olas, con las armonías y tempestades del mar. En su reflejo,
un rostro que se hace viejo en el pasar menguante de los días, en tanto escribe
sus primeros arrullos y se prepara para ser padre. Imagino y reescribo el
sonido y el color de las olas, los tonos grises oscuros de las nubes, el dorado
estrepitoso de los rayos del sol, el azul de un mar infinito y un atardecer
infinito, buscando aprender de sus silencios y añorando ser uno con la
divinidad catastrófica de la vida y la muerte. Un día me empujé a mí mismo
en una barcaza a la tormenta, con un cuerpo frágil y envejecido por la sal del
mar, solo para sentir que pertenezco al cosmos y que la carne que abandono, renacerá en otros relatos. Quise ser padre porque fui niño amado y para que aquel amor
no muera conmigo, sino que permanezca en quienes me sobrevivan en el devenir de nuestra historia. Con esa intención se escribieron los mitos sobre los orígenes cósmicos:
“Primero fue el mar y luego el cielo la cubrió de un manto blanco,
engendrando el día y la noche”.
engendrando el día y la noche”.
El día que nació mi hijo recorrió mi pecho la sensación de que existía un destino y un ciclo vital imperecedero. Sientes allí que perteneces al infinito, entre la sangre, el grito y el llanto, sientes que la vida es para siempre, más allá de tu propia carne, las almas migran de cuerpo en cuerpo por medio de las emociones y las palabras. Ante ello, te resignificas en un breve espacio de silencio y soledad, en el tibio y dulce aroma lechoso de su piel, mi propia existencia renacía. Sientes allí el vinculo con la madre, la historia y la fatalidad. Hueles la sangre primigenia y comprendes lo indecible, breve y frágil de la condición humana. Te vuelves uno con el hombre primitivo visualizando su propia fatalidad y ante ello buscar la trascendencia:
“un rey hecho mendigo ante el fúnebre
rostro de su hijo,
errante marcha río arriba hacia el
origen del cosmos,
solo para descubrir que la inmortalidad
se talla sobre las rocas”.
Te ves a ti mismo ante tus propias
presencias o ausencias y con ello perdonas tu pasado, te llenas de sueños
infantiles sobre el mar y el universo con sus profundidades inexorables. Creamos
la palabra y recreamos la vida porque la creación nos da sentido de ser, sentido
de pertene-ser, y hoy pertenezco a sus manos y sus miradas curiosas, al
llanto y al abrazo por el miedo al abandono, a la comprensión de la fatalidad y
a las rocas donde escribirán mi nombre. De tal modo soy una persona de polvo
que se esparce por los aires ante las vibraciones de unos cantos. Mi nombre
significa un canto, tal como el de mi padre... tal como el de mi hijo.
Mi nombre significa un canto y me
entrego a él… en él hábito y a ello pertenezco
Me entrego por absoluto al ritmo de
sus letras mudas…
al significado profundo de su historia….
su destino
al significado profundo de su historia….
su destino
En este punto habita mi alma, con todas sus vidas y todas sus muertes.
"Camina una figura sombría por los callejones cerro abajo, entre el silencio del crepúsculo de un domingo cualquiera. Tras noches de lluvias, se levanta el aroma del pavimento reseco y la tierra renacida en flores blancas. La gente vacía las veredas a su paso y desde los umbrales de sus casas miran con misericordia el final de un día más, un día cualquiera. En el muelle, durmiendo sobra una banca, un joven viviendo de ensueños cristalinos, de andares solitarios y miradas laberínticas. Las olas rojas del anochecer y el mar profundo a sus pies, siente sus manos entrelazarse y abandonar la soledad cuando cae y resuena el tintineo, una vez más. Se deshacen mar adentro, hundiéndose en el horizonte y renaciendo sobre el cielo como una brisa de verano.”
"Camina una figura sombría por los callejones cerro abajo, entre el silencio del crepúsculo de un domingo cualquiera. Tras noches de lluvias, se levanta el aroma del pavimento reseco y la tierra renacida en flores blancas. La gente vacía las veredas a su paso y desde los umbrales de sus casas miran con misericordia el final de un día más, un día cualquiera. En el muelle, durmiendo sobra una banca, un joven viviendo de ensueños cristalinos, de andares solitarios y miradas laberínticas. Las olas rojas del anochecer y el mar profundo a sus pies, siente sus manos entrelazarse y abandonar la soledad cuando cae y resuena el tintineo, una vez más. Se deshacen mar adentro, hundiéndose en el horizonte y renaciendo sobre el cielo como una brisa de verano.”
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